Hablar del drama educativo en tiempos de cuarentena supone innumerables puntos a considerar. Y como nunca sucedía nada en este mundo, los designios del destino enarbolaron un quiebre al modo de vida que la civilización tenía. De repente, un drama educativo apenas iniciado el 2020, virus, pandemia, enfermedad, muerte, desconcierto, pobreza, más pobreza, solidaridad, incertidumbre, 14 días, negativos, positivos… y entre tanta palabra la que más duele: desigualdad.
No hay clases, no hay clases, barullos y celebraciones infantiles en las últimas semanas de marzo. Los padres abrieron grandes los ojos, un libro de sorpresas, de enseñanzas mediatizadas por la tecnología, y de no enseñanzas.
Varios puntos para la reflexión, con el pecado de brevedad que internet impone, Noticias de la Región informa, y también opina. La cuarentena sacudió el sistema de vida, y también al sistema educativo. Se hizo necesario un nuevo pensamiento, una adaptación a las condiciones que el mundo en crisis sanitaria imponía. Aquella fuente de enseñanza y sabiduría, de educación y crecimiento académico, de repente, se convirtió en una institución de riesgo para la vida de los estudiantes y de sus familias. Paradójico: la escuela valorada en toda la vida, hoy es riesgosa para la vida.
Ante la realidad de escuelas vacías, hubo que generar una inédita salida. Y en las improvisaciones existieron valiosas intenciones, muertas conceptualmente en intenciones. Porque hubo alumnos que pudieron continuar con clases virtuales, y muchos otros no. Así como hubo trabajadores que pudieron continuar trabajando desde sus hogares, y otros directamente perdieron sus empleos. Muchos niños mantuvieron conectividad total, otros una conectividad a medias, y otros que directamente se desconectaron. Desconexión como modo de darle continuidad a las ausencias, desconexión que pudo ser por falta de dispositivos materiales, por acceso a la conectividad, por desconocimiento, porque no pudo, porque no quiso, porque no todas las familias pueden ser escuelas. Esto nos lleva a pensar en el tan tratado tema de la desigualdad, así como en las ausencias.
Pero, mal que nos pese, las desigualdades y las ausencias en las escuelas no son problemas nuevos, existían tiempo antes, y la cuarentena no hizo más que profundizarlos. El drama educativo creció. Los chicos perdieron entonces la posibilidad del encuentro con el otro, con el amigo, con el docente, con el grupo… y con el plato de comida. En el conurbano profundo, la Escuela ya no existía como lugar de aprendizaje puro y exclusivo, la Escuela fue mutando en punto de contacto social, zona de encuentros, en socializar más allá de los hogares y las familias, de contención al destrato, de ayuda. Donde los docentes muchas veces hacían de padres, aunque no les correspondía, obedeciendo al deber de buena gente que la gran mayoría tiene, a la dignidad humana que les atraviesa. Entonces, considerando está situación, no es descabellado pensar, la pérdida académica resulta de las menos importantes.
Los que lograron continuar con clases virtuales, arribaron a una nueva modalidad de pseudo enseñanza. Porque la enseñanza requiere de la presencia física, no virtual. Y si bien asoma hace unos años la enseñanza virtual, no es lo que está sucediendo. A lo sumo, se trata de un intento con hogares-escuelas, dirigidos por docentes e instituciones educativas. Con asistencia de los padres, en el mejor de los casos, y sin la preparación que la educación virtual o «a distancia» supone, un verdadero drama educativo.
Viejos problemas, afrontados en forma virtual, improvisaciones lógicas, y en esta ensalada seguimos caminando un destino tan incierto, inédito, esperamos que en este contexto se iluminen nuestros dirigentes políticos y educativos, dejen de lado una grieta histórica, y se pongan a la altura de las circunstancias, con la certeza de buscar las formas de revertir la profundización de las desigualdades que la cuarentena nos lanzó por la cabeza.
Por Marcelo Marfil.