La verdad de las críticas constructivas, en la gran mayoría, trae aparejados hacia el sector
receptor, una relativa molestia y síntomas de incomodidad, y hasta hacen crisis al transformarse en delirante furor.
Cuando la crítica se enfoca con objetividad, basándose en argumentos sólidos y concretos,
orientando al logro de la solución eficaz, contundente y constructiva, debe de ser aceptada incondicionalmente, por la parte a
quien va dirigida, aunque este debiera girar su timonel a ciento ochenta grados de su rumbo establecido.
La sociedad moderna en que nos manejamos en el presente -que por cierto- es compleja y de difícil operatividad en todas las extensiones y niveles, más aún en la pirámide socio ecológica en que nos hallamos conformados, siendo muchos los que tratan de
evitar y eludir complicaciones, con el tal en boga “no te metas”, y no saben que de esta manera causan un gran daño a la comunidad, siendo indirectamente cómplices y encubridores de la gestación y el desarrollo de lo ilícito.
El que toma la osadía de decir la verdad y criticar con fundamentos elocuentes, haciendo un cuestionamiento sincero y veraz,
recurriendo a un fin sano y positivo, es digno de admiración, en virtud que persigue mejorar, y que los errores cometidos en el
pasado y/o en el presente, no se reiteren en el futuro; pero lamentablemente en nuestra sociedad, los aporrea y los trata de desintegrar, calificándolos de IRACUNDOS.
Debemos ser conscientes y ponernos la mano sobre el corazón, gritar la verdad a los cuatro vientos, y más aún cuando se tienen la
certeza y las pruebas que lo testifiquen y el argumento necesario correspondiente, fundamentando la misma con criterio constructivo y aportando las soluciones del caso.
Esto es libertad, que debe ser aceptada por cualquier gobierno democrático, en el cual hoy nos toca vivir.
Por Osvaldo Gabriel Vilotta
